Supe que habíamos cruzado una barrera invisible pero certera en el momento en que lo vi caminando junto a la ruta…
Sus piernas huesudas me parecieron delineadas. Llevaba una especie de minifalda a rayas como toda prenda convencional ─si es que acaso se puede decir así─ que apenas le cubría las nalgas firmes. El pecho desnudo, lustroso como el betún, le contrastaba mucho con el collar y los brazaletes que llevaba en ambos brazos, hechos a base de mostacillas minúsculas, amarillas, rojas y verdes. En la base del cráneo tenía una pluma de ganso, que se peinaba con delicadeza de madre cada vez que el viento soplaba finito. Tenía en la mollera una suerte de montaña mini, hecha con su pelo, barro y polvos color de la tierra, que además de darle un aspecto cónico a su cabeza, servía para plantar la pluma a modo de estandarte. Su impronta, toda, me dejó perpleja. ¿Dónde estábamos?
─ Parecen de otro mundo─, me dijo Claude, el canadiense que estaba sentado junto a mí en el minibús y que, al igual que yo, miraba absorto al hombre que ahora se acercaba hacia nuestro vehículo, bastón en una mano, Kalashnikov recauchutada en la otra.
─ Lo maravilloso ─pensé─ es que no lo son.
Pasará mucho tiempo hasta que los recuerdos de este viaje dejen de calarme hondo, de llenarme de admiración, de sorprenderme en los momentos más impensados. Jamás sabré decir en qué momento se volvió “normal” ver niños mursis arriando el ganado al costado del camino. Cuándo me acostumbré a diferenciar sus etnias según su peinado, en qué parte del viaje entendí que no podía fotografiarlos a todos, que esta era su realidad, que lo normal no era andar toda tapada sino así en armonía con el entorno. Pero pasó. Hubo un instante en que me sentí cómoda con esa “normalidad” ajena. Ni una sola vez se me cruzó pensar “parecen de otro planeta” o “no puedo creer que vivan en pleno siglo XXI”. Pensé que el viaje al Valle del Omo iba a ser impactante y lo fue, pero no desde el no-entendimiento sino desde la belleza, desde la alegría que me produjo el encuentro, de saber que son como yo, y que aunque no podría vivir en su cultura, la admiro, la respeto y, sobre todo, la celebro.
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Fuente :Los Viajes de Nena.
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